Entre el Rey y Conan: Barry Windsor-Smith

Por Santiago Fernández. Publicado originalmente en Comikaze #12 (abril de 2011).

Confesión de por medio: estoy de acuerdo con Neal Adams cuando dice que el dibujo de Jack Kirby es feo.

Seguro, con su uso de escorzos exagerados y poses hiperdinámicas Kirby hizo de la hipérbole propia del superhéroe el estilo definitivo (junto a la también exagerada exposición en script de Stan Lee), además de que el tipo fue legendario dibujando centenares de páginas al mes, y estoy seguro de que sus conceptos generaron casi el total del hoy valuadísimo Marvel Studios. Indiscutiblemente, Kirby es El Rey, pero ello no quita que su dibujo, aun variando de entintador a entintador (Ayers y Sinnott los mejores) sea, llanamente, feo. Por supuesto que su proficiencia en dibujar centenares de páginas con su característico estilo se convirtió en la fórmula Marvel Comics a partir del éxito de Fantastic Four en 1963 y que, ya con la fórmula establecida, quien le siguiera tendría que dibujar con el clásico estilo Marvel, o más bien, como Jack Kirby.

Algunos se adaptaron, como Dick Ayers, mientras que otros como John Romita se refugiaron en el exitoso y distintivo estilo del Spider-Man de Steve Ditko. Otros más, como Sal Buscema, se revelaron borrando páginas bocetadas por Kirby y dibujándolas desde cero; pero hay un par de artistas, que después de emularlo fielmente, lograron convertirse en leyendas propias: uno fue Jim Steranko, y el otro, quien nos ocupa en esta ocasión, fue un joven británico de veintiún años, a quien le dio por lanzarse a la aventura americana: Barry Windsor-Smith.

Llegado a una idílica Nueva York con una mínima habilidad de dibujo y otra poca en la guitarra, el hippioso británico se encontró en la puerta de Marvel Comics a otro tipo hippioso, llamado Roy Thomas, quien fungiendo como editor se apiadó del fulano y le dio a dibujar los lápices de X-Men #53, publicado en febrero de 1964, con la consigna de procurar el estilo de la casa. La leyenda cuenta que el joven británico, sin tener dinero y dónde dormir, dibujó el número en una semana, sentado en una banca de Central Park (y a juzgar por el arte, parece que la leyenda es cierta). Luego, tras alguna vuelta a su natal Inglaterra y de regreso en Manhattan,  Roy Thomas lo recibió con la oportunidad dorada: dibujar la adaptación a cómic de Conan el Bárbaro (el legendario Frank Frazetta fue el primero en ilustrarlo en portadas, no así en historietas).

En tan sólo unos diez números de Conan, Windsor-Smith pasó de ser un acartonado emulador de Jack Kirby a un tipo que dibujaba al cimmerio con un estilo más propio del género: comenzó a jugar con una anatomía más realista, le interesó generar volumen con líneas en lugar de bloques de tinta, y por supuesto, su narración en imágenes fue más articulada. Aún hoy, la saga de Conan a cargo de Thomas y  Windsor-Smith se considera legendaria y con buenos motivos: la serie vio florecer a un artista genial.

Al poco tiempo, el temperamental británico (a la extrema derecha en la foto) dejó los cómics para juntarse con Jeff Jones, Mike Kaluta y Bernie Wrightson en una comuna conocida llanamente como The  Studio, donde comenzaron a jugar con el estilo del cómic hacia rollos de ilustración profesional, retomando algunos principios de Hal Foster o Alex Raymond.

Los cuatro artistas pasaron a ser ilustradores de fantasía y ciencia ficción comerciales y todos ellos hoy son dibujantes reconocidos por su genuino estilo y talento.

Aun con ello, Barry Windsor-Smith quiso seguir estudiando y evolucionando su estilo de dibujo y fundó Gorblimey Press, en la que él mismo publicaba sus litografías, posters y calendarios para venta.

En este periodo, al ya dotado artista le dio por estudiar la línea clara de Alphonse María Mucha; comenzó a valorar la línea de los prerrafaelistas; vaya, de ser un simple imitador de Kirby, Barry Windsor-Smith superó no solamente la influencia del Rey, sino la del total de lo que se venía haciendo en el medio del cómic.

Parece cosa fácil, en el presente que hoy todo oferta, considerar que cualquiera pudiera superar un estilo de dibujo dominante en un mercado determinado, un paradigma, por decirlo de una forma. Que a comparación del Will Eisner o Hal Foster el arte de Kirby parezca rudimentario no disminuye en nada el hecho de que fue el dibujante de más influencia el medio del cómic norteamericano, esencialmente porque su estilo de dibujo (más sus conceptos) hicieron tremendas cantidades de dinero.

Windsor-Smith comenzó emulándole porque lo admiraba; el hecho de que dejara de dibujar cómics durante diez años, para autopublicar sus litografías fue motivo de sorpresa y debate en aquella época (Dennis O´Neil llegó a comentar: si artistas como él quieren trascender los cómics, ¿Por qué diablos deberíamos restringirlos a un género y un formato?).  

Incluso cuando regresó a trabajar integralmente al cómic, con la historia Weapon X (Marvel Comics Presents #72-84, 1991), no pudo dejar de generar cierta polémica, pues le dio por escribir, dibujar, entintar y colorear el origen de ese mutante conocido como Wolverine, en un formato de ocho páginas quincenales, con el protagonista sin decir más de cincuenta palabras en las ciento cuarenta y tantas páginas de la historia (y peor aún, sin consultar al gurú de los X-Men, Chris Claremont).

Además, su dibujo preciosista detallaba una historia de horror que era algo más madura que lo habitual de Marvel en aquellos días: si hoy DC Comics publica superhéroes relativamente más adultos gracias a Vertigo, la revolución de Joe Quesada en Marvel fue precedida por Windsor-Smith una década antes.

Sobraría narrar de sus demás aventuras, desde lo que realizó en Valiant, hasta Storyteller o Rune: el concepto más parco y comercial en manos del genial inglés inmediatamente se convierte en algo más que un cómic. Por ejemplo, la portada de Marvel Comics Presents #72 provocó que a algún engatusado articulista de cómics le diera por fijarse en quién dibujaba los cómics, en vez de preocuparse por el personaje que aparecía en ellos.

Barry Windsor-Smith es, pues, un dibujante con la capacidad de convertir a un fan de X-Men en algo más parecido a un lector crítico; su arte y su carrera son un gusto adquirido para quien tenga el placer de apreciarlo.

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