El mito de la novela gráfica

Por Rodrigo Vidal Tamayo. Publicado originalmente en Comikaze #13 (junio de 2011).

 

¿Formato novedoso o nombre pomposo? ¿Escaparate artístico o acomplejada apología? Estas y otras preguntas tratarán de ser resueltas en el que ya se ha convertido en uno de los debates que, posiblemente, definan el futuro del cómic y su mercado.

Desde sus orígenes, los cómics llevaban en el nombre la penitencia: de las comic strips (tiras cómicas) aparecidas en los periódicos, cuyo público meta eran los niños, surgió el más corto comic, término usado para referirse a los pasquines baratos cuyo único objetivo era entretener, y si podían hacer reír, tanto mejor. El problema con ese nombre es que se asoció de manera indisoluble con la infancia, estigmatizando de por vida a un medio de comunicación. Lo anterior no es malo, pero hasta cierto punto fue el culpable del retraso en la evolución del cómic y lo que impidió que se experimentara con él, a diferencia de lo sucedido con otros medios como el cine, que en poco tiempo logró una diversidad de formas creativas.

El cómic es el patito feo de la transmisión de ideas, y aunque a últimas fechas ha conseguido cierto respeto, debido en parte a que muchos consumidores que crecieron con el hábito de su lectura no lo abandonaron, sigue sin dar el salto que lo ubique como gran género. Bueno, eso y el hecho de que faltan más escritores que exploten sus posibilidades (Alan Moore no puede hacerlo todo).

 

¿Pueden meterse en un mismo saco a Maus, de Art Spiegelman; The Dark Knight Returns, publicado por DC Comics; Gulliveriana, de Milo Manara o The Walking Dead, de Robert Kirkman? ¿Es comparable el trabajo de Winsor McCay con el de Peter Kuper o con el de Jack Kirby? En caso de ser negativas las respuestas, la pregunta que corresponde hacerse es… ¿por qué?

¿Por qué la obra de Spiegelman ganó el Pulitzer, mientras que del cómic de Batman ni siquiera puede hacerse una buena versión para cine? ¿Por qué el exquisito dibujo de McCay no se convirtió en la norma? ¿Por qué el cómic de superhéroes nació y perduró con dibujos feos como los de Joe Shuster y los del merecidamente apodado El Rey? ¿En qué radica la diferencia?

Muy sencillo: el público al que están dirigidos. Y es que mientras los cómics de superhéroes pretenden atraer a niños (y no tan niños) a su lectura, hay autores que desean llegar a otros públicos. Las grandes editoriales de cómics son un negocio, por lo que su éxito no está determinado por la fineza de sus productos, sino por la cantidad de dinero que ingresen a sus arcas (aunque de vez en cuando se cuelen en sus planes editoriales cosas como Omega the Unknown de Jonathan Lethem, Sandman de Neil Gaiman o la ya mencionada obra maestra de Frank Miller). Casi siempre, la cantidad de dinero que una serie produce es directamente proporcional con el mantenimiento del status quo de los personajes.

 

 

¿Qué puede entonces hacer un creador con sus propias ideas?

  1. Plasmarlas en papel, mediante la libertad creativa de la autopublicación, con la esclavitud económica que esto conlleva.
  2. Engatusar a alguna editorial de libros diciendo que realizó una novela gráfica… y esperar que se traguen el cuento.

Viéndolo así, el término novela gráfica es una etiqueta que intenta acabar con el estigma infantil del medio, cambiando únicamente el nivel de formato, porque la realización es la misma. Se trata de un cambio de forma y no de fondo, pues sigue tratándose de cómics (al punto de que a Marvel y DC les ha dado por llamar novelas gráficas a los recopilados de sus series mensuales).

Independientemente de la historia del término, el éxito de obras como Black Hole, de Charles Burns o el mismo Watchmen ha demostrado que hay público dispuesto a leer cómics que no sean de temática superheróica, o que lo sean desde una perspectiva madura o deconstructiva. Obviamente tales obras logran permear a otras capas del estrato cultural, accediendo a círculos que previamente los habían desdeñado, como el académico o el intelectual, lo que ha permitido que ganen cierto respeto.

 

En pocas palabras, si ustedes son ñoños, leen cómics, y si son snobs, leen novelas gráficas. Esa es la diferencia: un mero complejo de inferioridad que debe erradicarse para que el cómic por fin pueda acceder a toda la gama de oportunidades que otros medios y expresiones artísticas han gozado.

Sin embargo, lo anterior es una mirada superficial a las diferencias entre la novela gráfica y el cómic. Si analizamos más detenidamente, encontraremos que mientras el cómic se imprime en papel barato, es un fascículo con (relativamente) pocas páginas y casi siempre trata temas escapistas (con estereotipos como héroes masculinos, mujeres hiperdesarrolladas y situaciones fantásticas), la novela gráfica normalmente consta de tomos (álbumes, les llaman en Europa), trata de temas más profundos (la autobiografía o el periodismo son recurrentes), y se permite trastocar las reglas narrativas, experimentando con formatos y técnicas de dibujo.

En otras palabras, es en la novela gráfica donde la exploración permite que se innove y se amplíe el espectro creativo. Es ahí donde el cómic puede ser arte en su forma más pura (lo que no niega que el cómic común pueda serlo), o por lo menos donde se realizan más intentos. Así, la novela gráfica es un formato distinto para presentar cómics de variadas temáticas, que promueven el pensamiento y que amplían su área de influencia. Nada mal para una mera diferencia semántica.

 

Entonces… ¿es o no válida la etiqueta de novela gráfica? Si lo que se pretende es presentar un producto dirigido a un público no acostumbrado a leer cómic, con contenido diferente al que podemos encontrar en los cuentitos y presentado en un formato que contenga la obra en su conjunto, me parece que sí. A fin de cuentas esto sería el nombre del formato, no del medio.

Pero si lo que se desea es separarse de un submundillo non grato y presentarse como el gran artista porque se están combinando letras y dibujos, entonces no, muchas gracias, el cómic puede seguir viviendo sin ustedes, presentando historias a través de un medio que lleva más de un siglo de vida saludable y cuyo futuro, gracias a quienes lo crean, pero sobre todo a quienes lo leen, se encuentra asegurado, pues ya sea a través de fascículos, tomos, álbumes o webcómics lo seguiremos disfrutando por muchas páginas más.

 

 

 

 

+ Para conocer el largo camino que ha sufrido el apelativo y el formato, asómense al libro La Novela Gráfica, de Santiago García, publicado por Astiberri. Completísimo ensayo sobre la cuestión.

 

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Author: Rodrigo Vidal

Biólogo, divulgador, cultista de Cthulhu y quejica profesional. Comenzó sus diatribas en revistacinefagia.com, donde sigue analizando el contenido social del cine ñoño. Ha hecho radio en Neurótica FM, Radio UNAM y actualmente en el internet a través de circovolador.org, con los programas Puros Cuentos y La Mala Cabeza. Fue guionista y conductor del programa Paracinema, el cine de lo anormal, transmitido en el canal Pánico. Es coautor del libro Mostrología del cine mexicano.

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