Captain America: White o La culpa de sobrevivir

Por Miguel Ángel Cortés

 

Tras el éxito de Daredevil: Yellow, Spider-Man: Blue y Hulk: Gray, en la primavera de 2008 se anunció que la siguiente colaboración de Jeph Loeb y Tim Sale en su serie de historias de superhéroes y colores sería Captain America: White. Pero entre la publicación de un número cero en julio de 2008 y el primer capítulo de esta miniserie de seis entregas transcurrieron siete años. Este retraso, que podría parecer una estrategia de marketing poco comprendida o solo un chiste cruel, se debió principalmente a la carga de trabajo de Loeb y Sale. Finalmente, el resto de la historia se publicó en el último cuatrimestre de 2015.

 

 

Volver al origen del héroe para retomar desde un punto de vista nostálgico las razones de lo que hace, rescatar su esencia y hallar las razones que renovaran su lucha tal vez era una fórmula desgastada para entonces, trece años después del buen recibimiento de Daredevil: Yellow. En Captain America: White aquello no sucede, pues el lector se queda con la pura tristeza y una historia revolcada por todos lados: Steve Rogers está recién salido del congelamiento, se entera de que la guerra ha terminado y que se encuentra prácticamente solo. Todos su seres querido se han ido por vejez o como consecuencia de la guerra. Comienza entonces el viaje a la tortura autoinfligida de Steve Rogers y su lamento por James Bucky Barnes, su fiel amigo y compinche.

 

Nos presentan entonces a estos dos en sus inicios, y durante seis números andaremos entre los recuerdos del Cap, en los que la relación entre él y Bucky no termina de cimentarse o de sentirse en verdad entrañable. Y luego Rogers se atora en el what if: Y si en algún momento hubiese frenado a Bucky o si le hubiese dado más, mejores enseñanzas. Loeb lo repite por seis números como una letanía, sin que en ningún momento aquello se transforme y se convierta en motivación. Quizá jugó a la desesperanza y al desconsuelo, a que en ocasiones se pierde y el abismo parece insondable y harto profundo. Si ése era el objetivo, acertaron, pero aguadamente.

Captain America: White tiene atisbos de genialidad, pues se asoma uno a ventanas de probabilidades narrativas atractivas y prometedoras. Sin embargo, la historia se sabotea sola. No sabremos qué evita o redirige el curso.

La cosa con estas sagas es retornar al pasado para recobrar la esperanza, para beber de la raíz ese néctar vital que inspira al personaje en cuestión. Resistir a través de recordar quién se es. White no va para allá, no llega. Y quizá era una buena idea que el Capitán América, la esperanza encarnada, no lo logre, no pueda, no encuentre cómo soltar la culpa y vivir. Pero pareciera que a mera hora a Loeb y Sale los limitaron o les ganó la prisa. Un desenlace trágico o amargo hubiese venido bien. Total, sorpresa hubiese sido.

 

Pero no todo es despotricar, también hay cosas buenas y rescatables en esta historia, que se vuelve amena gracias a su acción con estilo kirbyniano, pero con una fluidez de movimientos más orgánica. Y el color de Dave Stewart complementa de manera chula el asunto, con una paleta de colores oscura pero que dimensiona bien el tiempo y circunstancias de la historia. Los gestos, como los de Nick Fury y Red Skull, por ejemplo, suelen ser exageraciones de tono ligeramente caricaturesco. La esencia de los personajes involucrados es respetada y el escritor es juguetón con estos aspectos. Se trata de retomar aquellas primeras historias, dueñas de un tejido no tan enrevesado pero intensas, que sirvieron para cimentar a cada figura.

Soltándole un poco la correa a mi Jeff Albertson interior, creo que existían varias vertientes que pudieron dar mayor profundidad a la historia. Que si Steve Rogers ve en Bucky a un hijo o hermano menor. Que si se ve a sí mismo y trata de proteger en su sidekick al niño inocente y débil que él fue antes de ser el hombre. Mostrar cómo la guerra te afecta, te transforma. Quizá jugar con un Bucky asustado, transtornado, no solo un púber ansioso de acción.

 

Creo que lo que se pretendía, acaso, era mostrar la culpa de seguir vivo. Reflejar uno de los tantos males que pueden aquejar a un hombre que vuelve de la guerra. Pero entonces, quizá no centrarse tanto en el pasado, sino ver a un Rogers desenvolverse como civil y tener flashbacks de lo que fue, con visiones de los peores momentos, ver y sentir que se quiebra y que no tenga a nadie para contárselo, con quién desahogarse y sentirse comprendido. Eso hubiese tenido mucho mayor impacto.

Pero bueno, uno es lector y quejarse poco aporta. Sin duda ésta es la más floja de las cuatro series de colores de Loeb y Sale, y tal vez podría decir que es prescindible; pero si un mal afecta con frecuencia a los lectores de cómic, es que esto muchas veces viene junto con pegado del coleccionismo, además de que al ser una historia no tan compleja puede servir como punto de entrada para quien tenga curiosidad por el personaje o por el cómic en general.

La cosa está en no meterla en el congelador y tener siempre un atisbo de esperanza.

 

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Author: Miguel Ángel Cortés

Periodista por formación y ñoño por convicción, disfruta por igual la comida y las nuevas historias, pero un poquito más malcontarlas para intentar antojárselas a cualquier persona desprevenida que cometa el error de escucharlo. Vierte reseñas informales sobre sus lecturas en Instagram, bajo la cuenta @elmikemikemike y sueña fervorosamente con vivir haciendo algo que remotamente le acerque al mundo del cómic, el cine y la cultura pop en general. Lleva una vida nerd de provincia en la ciudad de Morelia, acompañado de su generala María, su gato Iago y hartos cómics.

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